
Cuarzo
Técnicas combinadas sobre madera
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2025 / 66 x 58 x 0,4 cm / Grafito. Lápiz de color. Gouache. Pastel tiza. Purpurina dorada. Microfibra. Madera
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El punto de partida fue un cuarzo con vestigios de amatista hallado en medio del bosque nativo, entre el río Paraná y la ciudad de Iguazú. Ese mineral —transparente, resistente, mutable— se convirtió en motor simbólico y formal de la obra. La piedra funciona como metáfora del hogar: un espacio que, como el cristal, guarda memoria de los ciclos geológicos y vitales, y a la vez se transforma, se agrieta y vuelve a recomponerse. La casa y el cuarzo se espejan: ambos condensan tiempo, ambos resisten y se adaptan a lo que los atraviesa.
Una casa erigida en el corazón
Mi catedral de silencio
Reanudada cada mañana en sueños
Y cada noche abandonada
Una casa cubierta de Alba
Abierta al viento de mi juventud.
Jean Laroche

El proceso, iniciado en la exuberancia de la selva, se vio interrumpido por acontecimientos vitales y naturales que alteraron el rumbo inicial. Así, la casa-cuarzo atravesó sucesivas mutaciones: se volvió diáfana, se condensó, se evaporó, se estrechó, se volvió armadura y, por momentos, espacio infinito. Los trazos performáticos de la obra encarnan ese fluir constante: el río y la vida, la casa y la piedra, todo en movimiento, atravesando el tiempo.
En su despliegue, Cuarzo da forma a un cauce en transformación que a la vez resguarda un espacio interno de quietud silenciosa. Allí se contienen los sueños y la confianza de vivir. La obra finalmente evoca un gesto de sutura: resignificar las partes dispersas y restituir su capacidad de habitar, de sostener, de volver a empezar.


